Contra el "fatalismo" de la pobreza
"Para muchos pobres en América Latina, su situación de pobreza es una fatalidad. Y lo justifican incluso religiosamente. Creen ver la voluntad de Dios detrás de eso (...) Lo que hay que hacer es ir a las causas de la pobreza, y no solamente dar "aspirinas" para sus efectos". Así plantea el combate contra la indigencia el sacerdote y teólogo peruano Gustavo Gutiérrez Merino, uno de los impulsores de teología de la liberación y reciente ganador del premio Príncipe de Asturias. Para él, vale más ayudar a tomar conciencia de una situación injusta que distribuir alimentos. La teología de la liberación nació como una corriente crítica dentro de la Iglesia católica, al cuestionar su aparente lejanía de los más pobres. Al principio, esta corriente fue vista como "peligrosa" por algunos gobiernos de facto en América Latina e incluso por Estados Unidos. Fue Gutiérrez quien sintetizó y recogió en forma de libro las ideas de la teología de la liberación y a quien se atribuye este término. La BBC conversó con él.
¿Cómo veía América Latina cuando nació esta corriente y cómo la ve hoy?
La pobreza, como toda situación que tiene raíces profundas y numerosas causas, lamentablemente no cambia rápidamente. No está limitada a su dimensión económica. El pobre es un "insignificante" socialmente hablando, por falta de recursos, por la desventaja cultural, por hablar una lengua considerada inferior en una determinada sociedad o por ser mujer. En esta situación general de la pobreza, hay aspectos que han cambiado en América Latina. Por ejemplo, la conciencia que muchas personas han tomado de su dignidad. Hoy en día hablamos de derechos humanos, hay reivindicaciones que provienen del mundo indígena. Pero de ahí a una transformación más global de la sociedad desgraciadamente estamos lejos. Uno de los casos más resonantes en los últimos tiempos es el de Argentina, donde la pobreza creció tanto en los últimos tiempos que ahora afecta a más de la mitad de la población.
¿Cuál es la respuesta que podría dar la teología de la liberación a situaciones como ésta?
La teología de la liberación no puede ni debe proponer un camino de orden social, económico o político. Eso es competencia de otro mundo. La teología es una reflexión sobre la fe y la fe lo que tiene que hacer es movilizar a las personas para cambiar. Los ciudadanos deben tener opciones de orden político. Nosotros, desde la Iglesia, sólo podemos hacer lo que ya han hecho los religiosos en Argentina: llamar la atención sobre la brecha cada vez más grande entre los que menos tienen y los que más tienen. Hasta ahí puede llegar una perspectiva de fe. Pero la teología de la liberación al principio parecía tener una postura más relacionada con el activismo.
¿Esto ha cambiado?
Yo no diría eso. La teología de la liberación nació en la segunda mitad de la década de los 60, que no eran años cómodos. Era el tiempo de la matanza de Tlatelolco en México, de la dictadura militar de Brasil, del gobierno militar de Onganía en Argentina. La teología de la liberación siempre trató de despertar la conciencia sobre los problemas. Y no se trata de una práctica abstracta, sino concreta. Si fuera abstracta, no habrían matado a todos los que mataron en América Latina, como el arzobispo Romero en El Salvador y monseñor Angelelli en Argentina. Su propia labor pastoral resultaba riesgosa para los poderosos. La actualidad tampoco parece del todo feliz. Hay muchos que cuestionan la globalización como una fuente de desigualdades. Sí, coincido en que estos años tampoco son buenos. Lo que rechazamos es la forma cómo se utiliza la globalización, que está haciendo -como lo reconocen economistas de prestigio- crecer la brecha entre personas en un mismo país y entre países en el nivel planetario. No se puede estar contra la globalización como un hecho, pero sí contra la forma de la que es utilizada. Este problema no sólo afecta a América Latina muy duramente, sino al resto del mundo, en particular a los países pobres. Nosotros, desde la teología de la liberación, tenemos un terreno en el que podemos buscar soluciones, que es el de la conciencia de las personas. Los pobres, por ejemplo en mi país, Perú, suelen pensar que su condición es una fatalidad, que son pobres porque nacieron pobres, mala suerte. Esto les impide reaccionar contra la injusticia de la situación que viven. Si se habla de las causas de la pobreza, que es el resultado de acciones humanas, entonces un pueblo puede reaccionar contra eso. La teología de la liberación nació cuestionando a la Iglesia, que en ese momento parecía alejada de los más pobres.
¿Esto sigue siendo así o cambió?
Sí, el movimiento nació como una crítica hecha desde dentro, porque formábamos parte de esta Iglesia y queríamos vivir el Evangelio con autenticidad. Creo que desde hace unos 40 años, desde el Concilio Vaticano II y luego la Conferencia Episcopal de Medellín, la imagen de la Iglesia Católica ha cambiado mucho en América Latina. Se puede decir que no suficientemente y estoy de acuerdo, pero ha cambiado enormemente, justamente por su acercamiento a los pobres. Fue un camino difícil. En 1969, por ejemplo, se conoció en Estados Unidos el famoso informe Rockefeller. Rockefeller tomó conciencia de los cambios en la Iglesia y los consideró absolutamente peligrosos. Y en 1980, un informe para la campaña presidencial de Ronald Reagan, llamado documento de Santa Fe, advirtió que la presencia de determinadas tendencias en la Iglesia y algunos textos de las conferencias episcopales latinoamericanas eran muy peligrosos para la política exterior de Estados Unidos. El papa Juan Pablo II parece renuente a aceptar esta corriente. Hasta hoy no parece gustarle la idea de un "sacerdote-político". A mí tampoco. Porque lo que la teología de la liberación busca no es un sacerdote político, sino rescatar que en el mensaje mismo de Jesús está contenida la transformación de la sociedad para que sea más justa. En cuanto al Papa, diría que la opción preferencial por los pobres, que es el corazón de la teología de la liberación, ha sido algo que Juan Pablo II ha mencionado muchas veces en sus discursos.
¿Sigue siendo un dilema dentro de la Iglesia que millones de católicos en América Latina vivan en la extrema pobreza y el Vaticano sea un sitio opulento?
Bueno, habría que precisar un poco esa opulencia. Ciertamente uno tiene una impresión de riqueza. Pero hay iglesias nacionales, pienso por ejemplo en Estados Unidos, que tienen medios económicos muy grandes. El Vaticano es un poco un museo. Entonces, hay un gran valor económico en esas obras artísticas. Esto es algo muy diferente a tener una empresa. Pero indudablemente hay una exigencia para todos los cristianos de austeridad en su vida ante la enorme pobreza que hay en el mundo. Y sobre eso todavía tenemos mucho, mucho por hacer.
¿Quién está más cerca de los problemas de la mayoría de los latinoamericanos? ¿Los movimientos más progresistas como la teología de la liberación o los más conservadores como el Opus Dei?
Bueno, eso siempre es muy difícil de determinar. Yo creo que las personas que están en la línea de la teología de la liberación están más cerca de las necesidades humanas de los pobres y por consiguiente de sus necesidades espirituales. Los pobres son personas complejas. Ellos mismo pueden tener mentalidad religiosa conservadora. Esto lo sabemos por experiencia. Creo que la cercanía está más bien en las opciones que se toman en favor del pobre. Y naturalmente siempre es muy difícil juzgar otras cercanías. No me siento en condiciones de poder hacerlo.
¿Puede explicar mejor aquello de que los pobres pueden tener una mentalidad religiosa conservadora?
Para muchos pobres en América Latina su situación de pobreza es una fatalidad. Y lo justifican incluso religiosamente. Creen ver la voluntad de Dios detrás de eso. Incluso en mi parroquia de Lima he escuchado a mujeres decir que las mujeres han nacido para sufrir y ven también en ello la voluntad de Dios.
¿Entonces, como dice usted, la pobreza corrompe el espíritu?
Sí, en parte. Porque significa inhumanidad, muerte prematura, injusticia. Pero la pobreza tiene también aspectos positivos. Quien ha tenido contacto con los pobres sabe que hay una generosidad inmensa en gente que tiene muy poco, además de apertura y sentido de Dios.
¿Y qué ocurre con la riqueza?
Juan Pablo II ha dicho que la riqueza de unos pocos está hecha a base de la pobreza de muchos. Si es ésta la situación, ahí se ve el deber que tienen las personas. No se trata de atacar a los que tienen riqueza, pero sí de hacer comprender la inmensa responsabilidad que tienen en el mundo social y en la creación de justicia y de igualdad entre las personas. ¿Pero la generación de riqueza no es necesaria para combatir la indigencia? Sí, se necesitan recursos para el desarrollo humano.
¿Cuál es el papel de la educación en la lucha contra la pobreza?
Es capital. Una de las cosas que están ocurriendo sobre todo ahora en todo el planeta, es que la línea más importante de división entre el mundo pobre y el rico pasa por el conocimiento. En este mundo de información, de técnica, el pobre, por las deficiencias de educación que ha tenido desde niño, por encontrarse en países en los que no hay un acceso adecuado a la educación, está marginado del circuito económico.
¿Qué ha hecho usted desde la parroquia del barrio popular de Rímac, en Lima, donde ha estado durante 20 años, para poner en práctica la opción por los más pobres?
Sólo con decir que Dios no quiere pobreza, porque la pobreza significa muerte injusta y prematura, se ayuda mucho. También hay que apelar a la solidaridad, porque no siempre los pobres son solidarios con sus hermanos. Esto es lo que hicimos desde la parroquia. Hemos trabajado también con un comedor popular, atención médica, pero sin hacer ilusiones. Son cosas que hay que hacer, porque hay necesidades inmediatas, pero no hay que pensar que eso va a transformar la sociedad. Lo que hay que hacer es ir a las causas de la pobreza, y no solamente dar "aspirinas" para sus efectos.